La Educación Prohibida

Bueno, aquí estoy, escribiendo mi primera entrada del blog para la asignatura de Procesos y Contextos Educativos en el Master de Profesor de Educación Secundaria Obligatoria, Bachillerato, Formación Profesional, Ciclos Formativos y Enseñanzas de Idiomas. Cuando leí este nombre tan rimbombante me imaginaba a un profesor en el aula enseñándome a enseñar. No es que eso me pareciese algo fácil, pero bueno, uno nunca sabe con qué va a encontrarse cuando empieza unos nuevos estudios en la Universidad. En fin, que cuando hemos llegado a clase y hemos empezado a discutir sobre el sistema educativo y lo perjudicial que puede ser para los niños y adolescentes me ha hecho plantearme un poco más el qué voy a hacer cuando sea yo la que esté delante del encerado (o la pizarra eléctrica) enseñando la lección. Porque la verdad es que, tras ver la película/ documental de "La Educación Prohibida", no podía dejar de pensar en un pasaje que aparece en El Club de los Poetas Muertos y que no hacía más que enfatizar un problema que parece más que evidente si nos ponemos a pensar en ello. Como esta conexión me ha llamado la atención, he decidido escribir mi primera entrada sobre el tema, así que sin más preámbulos, expondré aquí la situación: 

Estaba yo en mi tercer año de carrera, cuando un día vi el libro de El Club de los Poetas Muertos en una tienda de segunda mano. En un principio, tampoco es que me atrajese mucho, pero bueno, decidí darle una oportunidad. Cuando empecé a leerlo, vi que trataba de unos pobres chicos en un instituto de ricos y la verdad es que pensé que esa época ya había quedado atrás para mí y que quizá la historia tampoco fuese tan interesante. Pasaron algunas páginas sin pena ni gloria. Pobres, pobres chicos. Qué martirizados los tenían en la escuela.

Entonces, apareció el señor Keating.

Y apareció leyendo, el primer día de clase, el poema que aparecía en la página 542; arrancando las páginas de un manual de poesía que hablaba de todo menos de leer poesía; subiéndose a la mesa para sorprender a los alumnos y llevándolos por los pasillos y el patio en horas de clase. Él sí que sabía captar la atención, desde luego.



Creo que el señor Keating es la representación de lo que aparecía en "La Educación Prohibida" como el profesor que deberíamos aspirar a ser. No hace falta ser una persona estricta, demostrando lo muy por encima que estás del alumno. Solo hace falta ser su guía. Hay que despertar su interés por lo que puedas enseñarle y ayudarle a adquirir ese saber por sus propios medios. No hace falta ser el más "enrollado", ni poner las mejores notas. Simplemente hay que intentar que el alumno tenga su espacio para aprender, aunque tampoco dejemos que la clase se convierta en una anarquía. 

Así que seguí leyendo el libro cada vez más encantada y sorprendida con las nuevas metodologías del señor Keating. Entonces, en un momento dado aparece la palabra Universidad en el aula. Como llevaba mis añitos en el grado, conocía medianamente bien el funcionamiento de la universidad, así como de su sistema de evaluación. Por supuesto, mi expectación era máxima. ¿Qué tendría que decir el señor Keating sobre la enseñanza superior? Pues bien, aquí transcribiré el pasaje que no salía de mi cabeza mientras veía "La Educación Prohibida"  esperando que cada uno saque sus propias conclusiones: 

-Señores- empezó-, abordaremos hoy una especialidad que tendrán que dominar si quieren tener éxito en la universidad. Les hablaré del análisis de los libros que ustedes no han leído. 

La clase estalló en carcajadas. 

-La universidad- prosiguió Keating- someterá probablemente a dura prueba a su amor a la poesía. Horas de análisis fastidiosos y de disecciones estériles acabarán con él. La universidad, por otra parte, les expondrá a ustedes a toda clase de literaturas; en su gran mayoría obras maestras inabordables que tendrán que tragarse y absorber; pero también en buena parte desperdicios nauseabundos de los que tendrán que huir como de la peste. 



Hala, ahí lo deja. Pero yo sabía que el señor Keating tenía razón. Con toda la información que hay actualmente sobre las grandes obras maestras de la literatura, ¿realmente es necesario leerse la obra en sí? Hemos llegado a un punto en el sistema educativo en el que documentándonos bien y teniendo un poco de maña a la hora de escribir, podríamos hacernos pasar por expertos en Shakespeare. Pero, ¿a dónde nos lleva este engaño como profesores y alumos? El alumno tiene que leer esa "obra maestra inabordable" obligatoriamente y después tiene que demostrarle al profesor que la ha leído contestando una pregunta sobre el libro en el examen. Pero, ¿y si he leído la obra, pero no sé desarrollar la pregunta porque ese punto en concreto no me ha parecido de interés y no le he prestado atención? ¿Y si, por el contrario, he leído un resumen antes de hacer el examen y justo hablaban de eso así que me he enrollado un poco y me da para sacar un cinco? ¿Es ese el resultado que le interesa realmente a un profesor? ¿No sería mejor abordar este tipo de obras de otra forma?

Debo decir que en este punto estoy algo condicionada, porque, aun siendo una ávida lectora, no hay nada que haya aborrecido más en el sistema educativo a lo largo de toda mi vida que los libros de lectura obligatoria. Y esta es una práctica que empieza en primaria y sigue en secundaria y, en mi caso, continuó en la universidad. ¿Por qué no dejar a cada uno que lea lo que quiera? Entiendo que se pueda recomendar alguna lectura para los alumnos que no saben qué elegir, pero ¿obligar a leer?

Además, los argumentos son de lo más variopintos. En primaria el niño tiene que leer, que si no, no aprende.
-Pero es que no le gusta leer.
-¿Y hay algo que le guste hacer?.
-Sí. Le gusta ver series policiacas.
-¡Lo tengo! ¡Que toda la clase se compre el libro de Gerónimo Stilton!



En secundaria hay que leerse los libros porque son de cultura general. Claro, aprender castellano antiguo con El Mio Cid o La Celestina es indispensable para ser alguien en la vida. Si ya hay demasiados problemas con los niños porque no les gusta leer, ¿por qué les torturamos así? No me extraña que se les quiten las pocas ganas que tenían. 

Y ya en la universidad, dices "¿cómo no va a leer libros estudiando una filología?". Y estoy totalmente de acuerdo. No creo que haya nadie que decida estudiar una carrera de filología de cualquier idioma si no le gusta la lectura. ¿Pero de verdad es necesario que leamos los libros e historias cortas y luego tengamos que presentarnos a un exámen para demostrar que lo hemos leído? Estos últimos años he encontrado autores que me han fascinado. Habría seguido leyendo su bibliografía completa sin parar. Pero claro, estaba demasiado ocupada intentando descifrar el inglés de alguno de los personajes de Dickens.  

En fin, que aunque aquí me he centrado en el tema de los libros, es evidente que hay que cambiar algo. No se puede obligar a alguien a estudiar o dejar de estudiar algo porque no es lo estipulado en el curriculum. ¿De qué sirve tener títulos a raudales si al final no has podido satisfacer tu curiosidad por la obligada necesidad de homogeneidad en el aula? Si la educación está prohibida, habrá que encontrar una nueva forma de enseñar. ¿Qué os parece sin en vez de obligar a leer libros, preguntamos a los alumnos qué es lo que les gusta leer? ¿Por qué no, en vez de obligarles a buscar figuras retóricas en las coplas de Jorge Manrique, les decimos que busquen un poema que realmete les transmita algo? ¿O les decimos que escojan  una cita de un libro que hayan leído y nos expliquen por qué les ha gustado, o sorprendido, o asqueado, o enamorado, o cualquier otra razón por la que la hayan elegido? Quizás así consigamos que los alumnos amen los libros como se merecen, en lugar de odiarlos por las tediosas horas de teoría sobre sus autores y las interminables semanas en las que hay que leerse las diez páginas al día que nos hemos puesto como objetivo para hacer la tarea un poco más llevadera.  

Comentarios

  1. "Cuando leí este nombre tan rimbombante me imaginaba a un profesor en el aula enseñándome a enseñar"
    Sigue visualizando ese objetivo: enseñar... enseñar... enseñar... y llena este verbo de matices: sugerir, ilustrar, emocionar, referenciar, apasionar...
    Tienes por delante todo el tiempo del mundo.

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